El morbo vende y las plataformas lo saben

El morbo en las redes sociales y plataformas de streaming se ha convertido en un negocio viral, pero ¿hasta qué punto es ético consumir este tipo de contenidos?
16 de octubre de 2025
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Las polémicas están a la orden del día, en ocasiones me despierto pensando “a ver qué ha pasado hoy”. Últimamente parece que vivimos rodeadas de ellas, con tantos frentes abiertos que se hace difícil decidir cuál merece nuestra atención. Y entre todas las que me encuentro a diario, he decidido centrarme en una en particular: “La casa de los gemelos”. Dos hermanos streamers decidieron que era buena idea juntar a siete personas en una casa, sin normas, sin filtros, a ver qué pasa. Hasta aquí todo correcto, una propuesta de entretenimiento como otra cualquiera, pero ¿me crees si te digo que este “experimento” solo duró nueve horas por la cantidad de caos que desató en tan poco tiempo? 

Te cuento. 

El formato, retransmitido en vivo en YouTube y Kick, con lo que parecía ser una apuesta por lo auténtico y espontáneo sin guión ni normas y un escenario sencillo: una casa, 7 invitados y sin restricción alguna, se convirtió en un  cóctel de agresiones físicas y verbales, amenazas, drogas, alcohol, sexo, y por si fuera poco, autolesiones. Y durante esas nueve horas ni YouTube ni Kick intervinieron. Fueron los propios hermanos quienes tuvieron que pararlo diciendo “esto se ha descontrolado”. 

Aquí surgen varias preguntas: ¿por qué no actuaron las plataformas cuando sobrepasaron todos los límites? ¿Qué tipo de contenido y espectáculo estamos dispuestas a consumir? ¿Qué hay detrás del morbo que nos atrapa? 

El morbo ha sido y es una parte de nuestra naturaleza, nos fascina lo prohibido, lo extremo, lo que desafía las normas sociales. El morbo genera una respuesta emocional fuerte y las plataformas de entretenimiento lo saben. Permiten que este tipo de contenidos lleguen a millones, sin freno alguno, impulsando la ira, la sorpresa, la indignación o el asco, y por ende, creando más interacción. Y esto al algoritmo le encanta: más clics, más vistas, más comentarios. 

Aquí entra el fascinante juego y poder de las redes sociales. Un grito, una agresión o una escena chocante capta nuestra atención, más visualizaciones. Y quieres opinar, poner qué te parece de lo que estás viendo, más comentarios. Y no puedes parar de mirar, navegas y entras en titulares que captan tu atención sobre el tema, más clics.  Vivimos un momento donde se premia lo emocional, no lo informativo. El morbo es el negocio redondo de los creadores de contenido y los periodistas. Pero cuando el contenido cruza líneas peligrosas el resultado ya no es una mera polémica, es una amenaza real.  En España, hemos sido testigos de situaciones como las que protagonizaron Silvia Charro y Simón Pérez, quienes recibían pagos por humillarse mutuamente en directo. O el más reciente en Francia, donde la retransmisión de la muerte de un streamer en Kick (tras doce días de tortura) puso de manifiesto lo peligroso que puede ser permitir que este tipo de contenidos sigan existiendo sin un control adecuado.

El espectáculo extremo tiene un atractivo adictivo, lo controvertido, lo escandaloso, son ingredientes perfectos para la viralidad. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por visitas? YouTube, Kick, Instagram, TikTok….son negocios, y como tal, premian lo que genera interacción, premia que te quedes en ellas. Sin embargo, olvidamos que el contenido extremo puede normalizar conductas inapropiadas y peligrosas. Que las nuevas generaciones, más jóvenes y en pleno desarrollo de opinión crítica o constructiva, lo vean como algo divertido, algo normal. 

Llegados a este punto seguramente te preguntes por qué se está permitiendo esto. O tal vez, seas una personas que necesita estos estímulos para entretenerte. Sea como sea, si me paro a hablar de esta polémica es para hacer un recordatorio de lo frágil que es el equilibrio entre lo entretenido y lo ético. El morbo es una dinámica que alimenta y que puede poner en riesgo la dignidad e integridad de las personas. En un mundo donde lo sensacionalista se premia, debemos buscar nuestra parte de responsabilidad, porque el mayor reto no es exigir que las plataformas controlen más los contenidos, sino aprender a distinguir el contenido que aporta valor de aquello que solo está alimentando el monstruo del morbo

El morbo vende y las plataformas lo saben.

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